Hace 52 años falleció León Felipe, cuyos versos son para todo tiempo

Hace 52 años, un 18 de septiembre, el poeta español León Felipe moría a los 84 años en la capital de México, justo en el momento en el que el Ejército irrumpió en Ciudad Universitaria para reprimir las protestas estudiantiles.

Su voz, en una grabación, se escuchaba a través de Radio UNAM. Fue un golpe tremendo, recuerda Fernanda Navarro, quien durante los últimos tres años de vida del escritor fue la guardiana de sus secretos, como él decía.

Hoy los versos de León Felipe no tienen caducidad, son para todo tiempo y lugar porque sus palabras, aunque tienen que ver con experiencias muy fuertes como una guerra civil, también reflejan la acogida que le dio México, país que le mantuvo la sonrisa en sus ojos hasta el final, explica la catedrática de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en entrevista con La Jornada.

La doctora en filosofía cuenta que conoció a León Felipe cuando ella rondaba los 23 años y se coló en la filmación de un documental sobre el poeta que preparaba Felipe Cazals, producido por su hermana Bertha.

“Estuve en un rincón mientras lo filmaban, mis ojos lloraban de la emoción porque lo admiraba mucho. Al despedirme me dijo: ‘ven a verme, porque estoy muy solo’.

“No lo hubiera hecho porque dejé de ir un año a la UNAM, donde estudiaba, pues pensé: ‘las aulas estarán ahí siempre, pero un León Felipe no’.

“Durante tres años no lo dejé de ver. Fui su asistente. Estos manuscritos que comparto con La Jornada me los dio él directamente. Sin esa experiencia no sería la misma, porque una se forma con todas las aventuras y sorpresas que da la vida; ésta fue una de las máximas porque me ha enriquecido tanto.”

Farmacéutico, cómico, poeta

Felipe Camino Galicia de la Rosa nació el 11 de abril de 1884 en Tábara, un municipio de la provincia de Zamora, en la comunidad autónoma de Castilla y León, en España. Utilizó por primera vez el nombre de León Felipe en 1919, cuando concluyó la versión definitiva de su libro Versos y oraciones de caminante.

También fue farmacéutico, para agradar a su padre, y cómico de teatro. Administró hospitales en la Guinea Española, hoy Guinea Ecuatorial, hasta que en 1922 viajó a México, con una carta de Alfonso Reyes como llave que le abriría las puertas del ambiente intelectual mexicano.

Se desempeñó de bibliotecario en Veracruz y de profesor de literatura española en la Universidad Cornell, en Estados Unidos. Volvió a España poco antes de iniciarse la guerra civil y vivió como militante republicano hasta 1938, año de su exilio definitivo, de nuevo en México, donde fungió como agregado cultural de la embajada de la República española en el exilio, única reconocida entonces por el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas.

Llegué a México montado en la cola de la Revolución, en la cola del caballo de la Revolución. Corría el año de 23. Y aquí clavé mi choza. Era por los días de D. Álvaro Obregón (…) Desde entonces aquí he vivido… he luchado, he gritado, he rezado, he blasfemado y me he llenado de asombro. Aquí he visto monstruosidades y milagros, escribe el poeta en los manuscritos que atesora Fernanda Navarro, enmarcados en madera verde.

León Felipe, continúa la filósofa, “luego de la derrota de la guerra civil española nos dijo tantas cosas sabias, como que la izquierda es buena para dividirse y que por eso perdieron; en cambio, la derecha se une y viene el horror.

Con estas palabras vemos que el pasado se hace presente y nos da lecciones, porque pensamos que algunas situaciones tienen punto final, y no, se eternizan, aunque no creamos en la eternidad. Son los poetas los que trascienden todo tiempo y espacio.

Un día, continúa Navarro, el poeta le dijo: “Fernandas hay muchas, así que te bautizo, será Padelya, y me hizo un acróstico con ese nombre: Pájaro Demiúrgico, Lumínico y Angélico, y me dijo: ‘para mí serás para siempre Padelya’.

“Más allá de lo humano, porque cuando se enojaba era bravo, León Felipe podía pasar meses sin escribir y de repente le venía algo que lo hacía que día y noche no dejara de hacerlo. Era muy flojo para caminar, siempre le decía que fuéramos a ver al Quijote y a Sancho Panza a Chapultepec, creo que lo logré una vez. Nunca dejó de ser español, pero este país, que calificó ‘de pólvora y de rosa’, fue su hogar. No sabes qué de recuerdos de él me trae septiembre”, concluye Padelya.

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