- Durante su escenificación del monólogo “Novecento”, el músico y actor da vida a una galería de personajes con solo inflexiones de voz y cambios de entonación, al compás de expresivos movimientos corporales.
TIJUANA, B.C (SBC).- Que el teatro es, a fin de cuentas, actuación, y más precisamente, palabra y acción, texto y movimiento, así lo refrendó Benny Ibarra durante la escenificación de “Novecento” la noche de este viernes 24 de enero en la Sala de Espectáculos del Centro Cultural Tijuana, organismo de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México.
En medio de un escenario austero y sombrío, que a lo largo de la obra registró pocos cambios, inducidos por la iluminación, para ambientar el interior de un buque, el músico y actor se desenvolvió con solvencia para narrar una historia que no por extraordinaria deja de tener conexión con la vida, pues acaso no haya una metáfora más certera de los vaivenes de la existencia humana que estar sujeto a las cambiantes circunstancias, como lo está el trasatlántico Virginian ante el embate de las olas, mientras transcurre la vida del personaje que da título a la obra: Novecento.
Llamado con tan estrafalario nombre porque nació a la vuelta del siglo XX dentro del buque que jamás abandonará y que al final, para cerrar el círculo, habrá de convertirse también en su tumba, sin que ningún epitafio consigne su existencia, salvo la memoria del trompetista que, en el principio de una sucesión de personajes a los que da vida el actor, representa Benny Ibarra.
En el balance de la puesta en escena, basada en un texto del dramaturgo italiano Alejandro Baricco y dirigida por Mauricio García Lozano, con la producción de Ana Bracho, sobresale la habilidad del actor para desdoblarse en varios personajes atenido únicamente a las inflexiones de voz y los cambios de entonación, al compás de expresivos movimientos corporales.
Con solo esos recursos, el trompetista que encarna Benny Ibarra hace reflotar la nave del fondo de su memoria y revivir su amistad con el extraordinario pianista con quien compartió innumerables noches de música y bohemia, entre el último tercio de los años 20 y la primera mitad de la década siguiente, mientras el buque navegaba entre Europa y América.
Al levar las anclas de sus recuerdos, el trompetista va sacando a la superficie al verdadero protagonista de la obra: el misterioso niño aquel abandonado en el Virginian que a la postre se transforma en el pianista más extraordinario que jamás haya tocado sobre el mar.
“Novecento” se convierte así en un tour de force en el que Ibarra hace gala de dominio actoral que ha alcanzado fuera de las comedias musicales en los que mayormente ha forjado su trayectoria, confirmando su madurez histriónica.
En dos momentos culminantes, el desempeño del actor alcanza notas sobresalientes: cuando recrea una noche bohemia en medio de una tormenta que pone en peligro la estabilidad de la nave y que, sin embargo, los dos músicos, trompetista y pianista, aprovechan para cometer una “travesura juvenil” que termina en desastre y el mítico duelo que, según la leyenda que circula a bordo, sostuvo Novecento con el inventor del jazz, Jelly Rol Morton, que con todo y su fama debe bajar la cerviz ante el prodigioso pianista oceánico.
Por la naturaleza de los personajes que aparecen en la obra, el audio tiene un lugar preponderante en el diseño de la producción, al recrear la música de la época y que plausiblemente se escuchaba a bordo del trasatlántico, la cual va del ragtime al blues y, desde luego, al jazz.
Tras repasar la galería de personajes que encarna el actor, “Novecento” llega a su fin en medio de notas llenas de nostalgia y un ambiente fúnebre, que conmovieron a los espectadores, quienes recompensaron a Benny Ibarra con sonoros aplausos.