José Antonio Meade confirma la aridez conceptual y la falta de pasión de las campañas presidenciales. Estuvo bien al ser el primero y único en abanderar el problema del tráfico de armas, pero sólo arañó la superficie.
Las competencias por cargos ayudan a contrastar biografías, carismas y propuestas. Meade ha sido el único aspirante a la presidencia que habla con cierta regularidad del “reto de las armas”. Cita estudios para acreditar que la “presencia de armas exacerba el reto de la violencia” y reconoce que “no tenemos una política institucional” para arrebatárselas “a los delincuentes”. Remata el argumento prometiendo una “política de control en materia de armas” que haga “más eficiente el combate” a esa amenaza.
El asunto es tan prioritario, y ha estado tan olvidado, que uno esperaría que trascendieran las generalidades. En lugar de profundizar para diferenciarse, Meade se achica al guardar silencio sobre el papel jugado por los Estados Unidos. El tráfico de armas es una clarísima demostración de la corresponsabilidad de ese país en la violencia que nos ensangrienta. Meade calla sobre los inocentes ejecutados con armas fabricadas por los estadounidenses, sobre las consecuencias que tuvo la liberación de la venta de rifles de asalto en 2004 o sobre el papel jugado por la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés).
La timidez se manifiesta en sus spots. Las imágenes rebosan buena vibra, esparcen promesas de “felicidad y justicia” e incluyen el compromiso de cerrar la distancia “entre el México que somos y el México que queremos ser”. En ellos, como es lógico, también critica a sus opositores, aunque se ensaña con la propuesta de Andrés Manuel López Obrador de amnistiar a quienes cultivan drogas y dialogar con los jefes criminales. La beligerancia no le alcanza para dedicar algún spot al tráfico de armas y a la responsabilidad de los Estados Unidos.
La arista más llamativa de este tema es la soledad de Meade, un precandidato manufacturado por Enrique Peña Nieto y Luis Videgaray. Ellos lo seleccionaron, cambiaron la norma para poderlo nombrar y le armaron sus equipos de campaña. Ellos deberían reforzar los ejes de su precampaña con declaraciones y acciones. Nada de eso. El contrabando de armas nunca ha sido prioritario en la estrategia de seguridad de Peña Nieto y aparece muy esporádicamente en el discurso del secretario de Relaciones Exteriores.
Siendo justos, achaparrarse ante la potencia es una regla no escrita de nuestros políticos. Somos vecinos de un país que interviene por acción u omisión en nuestro país y, pese a ello, casi siempre ha sido excluido de las campañas presidenciales mexicanas. Podía entenderse durante la etapa autoritaria cuando México era un país que optaba por saber poco sobre la potencia; les bastaba con estar bien con su Embajada. Washington colaboraba manteniendo un bajísimo perfil.
México y la región cambiaron y desde hace tiempo buena parte de nuestras élites políticas presumen de conocer a los vecinos y la tecnocracia tiene como regla no escrita obtener un doctorado de aquel país. Si Meade los conoce tan bien, resulta incomprensible que prometa resolver el tráfico de armas o derrotar a los capos sin incorporar a Washington en la fórmula.
La omisión del peñanietismo es llamativa porque desde junio de 2015 somos el blanco de insultos permanentes y quienes nos gobiernan sólo han sabido hacer el “prudente” gesto de agachar la cabeza y mirar al piso. La mayor parte de nuestros políticos hacen esfuerzos sobrehumanos por evitar las críticas a la política estadounidense. Incurren en una contradicción: no pueden postularse a un cargo y prometer seguridad a los mexicanos sin pronunciarse sobre la corresponsabilidad que tienen los vecinos del norte en la violencia.
Tengo una consideración adicional. Esta elección se caracteriza por el alto número de indecisos. Según Mitofsky, en enero de 2018, 27.8% todavía no decide su voto. Una causa de los titubeos podría ser el páramo intelectual y el apocamiento que está caracterizando las campañas. Lo menos que podemos exigirles es que si abanderan un tema, lo traten a fondo. Sacar el bulto es caer en la simulación, una actitud inadmisible con un país en guerra.