Durante el siglo XX, México estuvo sujeto a un régimen autoritario, de partido prácticamente único, corporativo, corrupto y corruptor. Ese partido fue el PRI, fundado por Lázaro Cárdenas, aunque a sus miembros les gusta referirse al antecedente, creado por Calles. Sin embargo, fue Cárdenas quien creó la estructura corporativa característica del PRI.
El régimen constaba de un monarca sumamente poderoso, limitado temporalmente, y obligado a heredar el poder fuera de su familia y círculo cercano; de un sistema corporativo que intermediaba con la población, y de una ideología más bien religiosa conocida como Nacionalismo Revolucionario. Como decía, Cárdenas construye este esquema, haciendo uso tanto de lo que los Sonorenses habían creado, como de las ideas vigentes en el mundo en esos años (1935-1938).
Como todo sistema autoritario, concentrado en una persona, las características de ésta resultan sumamente relevantes. Hubo presidentes que causaron pocos problemas, como Ávila Camacho o Ruiz Cortines; otros que aprovecharon para acumular riqueza, como Alemán, o diversión, como López Mateos. Pero también hubo otros menos inocuos. Alguno autoritario, como Díaz Ordaz, o un par de iluminados irresponsables: Echeverría, que se creía reencarnación de Cárdenas, o López Portillo, que lo era de Quetzalcóatl (no es broma). Con estos últimos dos se destruyó la economía nacional y sufrimos la peor crisis en la época moderna, en 1982.
En 1986 el PRI se recompone y toma una dirección diferente. Los más importantes referentes del Nacionalismo Revolucionario salen del partido, crean un frente opositor y para 1989 fundan el PRD. Los que se quedan intentan modernizar la economía (GATT, reformas, TLCAN) sin alterar el fondo del sistema autoritario. Fracasan, y desde 1997 entramos a una etapa muy confusa, en donde los votos cuentan, pero no tenemos un marco legal adecuado, de forma que el poder se dispersa y no se limita.
Gracias al empoderamiento de gobernadores, el PRI logra una nueva oportunidad en el gobierno en 2012. Y como ocurrió 25 años antes, intentan modernizar la economía sin tocar el funcionamiento político. Peor, tratan de restaurar el de entonces, repartiendo dinero por todas partes. Sin los viejos límites, la corrupción resulta catastrófica. Es importante no olvidar que la corrupción no es una falla del sistema, es su alma. Cuando esta catástrofe de corrupción se hace evidente, el PRI se derrumba: pierde 7 de 12 elecciones en 2016, y debió haber perdido las 4 de 2017. Lograron sacar Edomex gracias a la soberbia de AMLO, incapaz de tender los puentes necesarios para el triunfo, y se robaron Coahuila, como no había ocurrido desde hace 30 años.
El PRI siempre ha insistido en que son ellos los creadores de instituciones. Bueno, las que crearon nos ubican al fondo de la tabla en cualquier comparación internacional. Y en materia social, los incrementos en educación y salud no se deben a ellos, sino al siglo XX mismo: todo el mundo mejoró en esos indicadores. Nosotros lo hicimos menos que el promedio. Podemos encontrar perlas, sin duda: la erradicación del paludismo, las campañas de vacunación, tal vez algo más. No creo que eso compense el fracaso institucional. Más recientemente celebran las reformas, que impidieron cuando eran oposición. Tampoco se puede celebrar la mezquindad.
Las naciones que funcionan son aquellas que están construidas sobre las leyes: reglas claras aplicables a todos. El PRI es contrario a ello, por su origen y su historia. Por eso es importante que pierda, como le decía la semana pasada. La actuación de la PGR en estos días debería convencer a cualquiera.
Si le faltan detalles: sobre México en el Siglo XX, Cien Años de Confusión, y acerca de las leyes, el desempeño económico y las reformas, El Fin de la Confusión.