Las encuestas y los encuestadores en todo el mundo viven su periodo de mayor descrédito y desconfianza. En países como el nuestro, han pasado de ser un factor de certeza y auditoría ciudadana, a otro que pone en entredicho la credibilidad y seriedad de los estudios demoscópicos. El deterioro de la credibilidad de estas empresas en México empezó hace ya algunos años y la industria ha dejado de lado atender el problema. La razón es un contrasentido: los malos resultados de sus estudios no han afectado el éxito comercial de muchas empresas que repetidamente se han equivocado. En 2016 erraron hasta en las encuestas de salida, algo que no había sucedido.
Para muchos, las encuestas fallan porque quienes las hacen están sometidos a los intereses propagandísticos de los actores de la contienda. No comparto tal visión. Pero creo que lo más grave es que quienes publican resultados no informan sus intereses comerciales vinculados con los proyectos en la competencia electoral. Los medios que las difunden no son responsables de los resultados, salvo que la investigación corra a cuenta de ellos mismos. Las empresas encuestadoras son las que deben rendir cuentas y cuando se dan malos resultados, las explicaciones han sido elusivas y, sobre todo, autoexculpatorias.
Lo primero a destacar es que la precisión en las encuestas requiere de un entorno de confianza entre encuestado y encuestador. Hoy esto no ocurre por dos razones: la inseguridad y la controversia sobre la parcialidad de los encuestadores. Actualmente, las casas encuestadoras enfrentan grandes retos asociados a las tasas de rechazo y de no respuesta. El clima de desconfianza es tal, que provoca que los ciudadanos se muestren reacios a participar de las encuestas o a no responder ciertas preguntas de éstas.
En 2012, la mayoría de las encuestas públicas se equivocaron porque deliberadamente hicieron un cálculo erróneo de la no respuesta. Pública y privadamente la consideraron neutral, es decir, que quienes no respondían era porque no iban a votar o si lo hacían el voto se daría en la misma proporción de quienes sí expresaban el sentido de su voto. El error fue generalizado. Afortunadamente, la ventaja del candidato ganador fue suficiente como para mantener una victoria clara; muchos encuestadores plantearon que se ganaría por dos dígitos, solo fue por poco más de 6%. Los hechos merecían una explicación.
Los estudios internos del PRI en las encuestas de salida seguramente también se equivocaron, al menos en su mayoría, ya que la reacción inmediata después de la elección era la convicción de que habían logrado la mayoría en el Congreso, lo que hace suponer que sus cifras eran coincidentes con la mala medición de las encuestas previas. Algo semejante ocurrió en 2016 en las elecciones locales. Las encuestas de salida dieron triunfos inexistentes. Es un hecho que quienes se equivocaron no sufrieron el costo del descrédito, quizás porque una parte del mercado de encuestas electorales pretende resultados a modo y por eso vemos que los sondeos son ahora parte del escenario propagandístico de las campañas.
El problema debe preocupar porque en 2018 el entorno es sumamente complicado. Desde ahora se advierte un tratamiento irresponsable si no es que frívolo de las intenciones de voto cuando las campañas todavía no han iniciado. Es evidente que lo que ahora muestran los estudios no es lo que habría de ocurrir.
La estrategia de López Obrador con las encuestas es adelantar la tesis de que su ventaja es irreversible. Ricardo Anaya, por su parte, busca acreditar que la competencia es de dos. José Antonio Meade resolvió privilegiar la precampaña, para motivar y unificar a los miembros de los partidos que abrazaron su candidatura. Esto último habrá de cambiar al enfocar el objetivo hacia los electores que no pertenecen a ningún partido y que son mayoría. También podrán darse cambios en las tendencias porque los candidatos independientes ahora iniciarán su etapa de proselitismo.
Hay un tiempo todavía por recorrer. La ventaja que ahora muestra López Obrador podría sufrir una merma si continúa incurriendo en errores estratégicos y de comunicación. Esto es así porque no es lo mismo que él sea vehículo de la inconformidad, como lo ha sido todos estos años, a ser una opción de gobierno. Por ejemplo, en estos momentos no le cuesta tanto la apología a los criminales con su idea de amnistía y la recriminación a las fuerzas armadas y al secretario de la Defensa. En la proximidad del voto, seguramente esa visión adquirirá otra dimensión y valor a los ojos de los ciudadanos.
Las preferencias, en los próximos meses, se moverán de forma relevante. Ricardo Anaya ha resuelto disputar a López Obrador la postura contestataria y antisistémica. Seguramente, el crecimiento del candidato del Frente será a costa de López Obrador, con el problema de que lo que gane Margarita Zavala será a costa de Anaya. Por último, también es probable que Jaime Rodríguez y Ríos Piter sumen electores que podrían haber votado por Andrés Manuel López Obrador.
El PRI es la marca más desgastada por el ejercicio en el poder, pero también es el partido con mayor estructura y, especialmente, con muchos miembros de prestigio, honorables e indiscutible reputación en prácticamente todas las localidades. El candidato de este partido hizo lo correcto, que fue arreglar la casa propia. El partido que postula López Obrador ha recogido de todo, precisamente por la carencia de cuadros, mientras que PAN, PRD y Movimiento Ciudadano han perdido claridad programática por las diferencias de proyecto de cada uno de los partidos.
Hoy no se puede anticipar el resultado de la elección. Lo que sí se sabe desde ahora es que será una contienda que se desahogará con vehemencia y pasión, como es toda disputa por el poder nacional. Los encuestadores debieran estar atentos en investigar y ofrecer información sobre el entorno, y no solo sobre la intención de voto. Los estudios de humor o ánimo social, de hábitos informativos, de valores y de confianza ciudadana adquieren hoy día la mayor relevancia. Hacia allá también debe orientarse el esfuerzo de las empresas y el interés de los clientes. Lamentablemente, estos estudios no tienen el interés noticioso o mediático de los reactivos sobre intención de voto. Indagar en estos temas ofrece más información de lo que se cree y también es la puerta para que candidatos y partidos tengan claridad sobre sus fortalezas y debilidades en una contienda que todavía tiene mucho por desahogar.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.