La danza y la literatura son dos artes que se complementan en sincronía y el vivo ejemplo de ello son las grandes historias y la interminable poesía detrás de estos dos grandes autores: Fina García Marruz y José Lezama Lima.
Fina Garcia Marruz tiene más presente esta alusión al movimiento constante, al encuentro de dos cuerpos en un espacio que se manifiestan en un arte etéreo. El movimiento como ese referente que sobrepasa sus versos, donde necesita hacer alusión al cuerpo mismo para expresar los sentimientos o sensaciones, materias inherentes en composición y que en su conjunto se complementan y crean un resultado final: evocaciones y paradojas que sólo son concebibles en el terreno de lo poético.
La misma poetisa expresa su amor por las diferentes artes y su acercamiento al ballet y a la primera bailarina Alicia Alonso explican lo que poco después vemos en sus letras: un amor y un diálogo que representan más que dos formas; sino cuerpos reales.
Lo mismo, aunque con matices un tanto diferentes sucede con Lezama que en un lenguaje más rebuscado penetra en las mismas conversaciones que plantea García Marruz. El uso del espacio adherente al del lenguaje: una imaginación productora de imágenes en el sentido casi físico en el que el propio espacio cobra vida convirtiéndose en el cuerpo, característica propia de la danza.
Elemento que podemos ejemplificar a través de sus versos como: “Una caricia de ese eterno musgo,/ mansas caderas de ese suave oleaje” del poema Noche insular: jardines invisibles, donde la visión poética parece prometer que después tomará lugar en un cuerpo.
El concepto de ‘imagen’ en la poesía de Lezama Lima es un punto de contacto recurrente, la lógica mimética que cuestiona el conjunto de imagen-danza, proponiendo un nuevo acercamiento a la realidad. Toda la teoría de la imagen de José Lezama Lima está escrita contra estos supuestos metafísicos de la lógica mimética donde, recordando la teoría de Mallarmé, podemos encontrar el punto de inflexión en el que ambas artes convergen.
Mallarmé habla acerca de las intuiciones alrededor de la danza y su sentido primordial, nombrando la danza como: arte tácito de invención del espacio y la forma teatral de la poesía. Momento en el que, en esta última frase, sale a la luz un seudónimo nuevo y muy preciso de la danza en cuanto a la escritura “forma teatral de la poesía” en la que no cabe el reclamo, ni la insinuación de alarde de un arte sobre el arte; sino la fusión, la asociación de dos materias que encuentran belleza en la cotidianidad.