* Por Francisco Ruiz
Semanario Balún Canán/ Tijuana BC (SBC).– “Pero en fin pa´ qué le brinco, si está el suelo tan parejo…”, se escucha entonar a Antonio Aguilar en una de las tantas canciones que lo consolidaran como uno de los máximos exponentes de la música mexicana, particularmente, la música vernácula. Y don Tony tenía razón, sólo que en los terrenos político-electorales que se viven actualmente en México, el suelo no está parejo y la señora corcholata se la pasa pegando brincos por todos lados, menos en dónde debe y se supone que trabaja, en la Ciudad de México.
Mientras la jefe de Gobierno de la capital presume de resultados que, de ser reales se percibirían sin necesidad de publicitarlos, el presidente de México se ve en la necesidad de salir a defenderla, y los legisladores de MORENA, del PT y del PVEM se niegan a que el Gobierno de la capital rinda cuentas sobre la caótica y alarmante situación que se vive en el Sistema Colectivo de Transporte (STC).
El METRO surgió mediante un decreto presidencial de Gustavo Díaz Ordaz en 1967. En vida, la diva del Cine de Oro mexicano, María Félix presumía que su cuarto marido, Alexander Berger, le había “regalado” este tren, dado que el banquero francés estuvo directamente involucrado en la planeación, financiamiento y construcción del transporte colectivo más utilizado en el Valle de México.
De acuerdo con su sitio oficial en internet, se trata de un “organismo público descentralizado, cuyo objeto es la operación y explotación de un tren rápido, movido por energía eléctrica”, cuya misión proveer un servicio “masivo, seguro, confiable y tecnológicamente limpio. Con una tarifa accesible, que satisfaga las expectativas de calidad, accesibilidad, frecuencia y cobertura de los usuarios y se desempeñe con transparencia, equidad y eficiencia logrando niveles competitivos a nivel mundial”. Como diría una persona muy especial para quien esto escribe: “5” (sin…comentarios).
Ante el primer gran incidente del METRO, en la línea 12, Claudia Sheinbaum quiso, como su ídolo y redentor AMLO, lavarse las manos con uno de sus antecesores y, “casualmente”, su principal competencia en la carrera por la candidatura presidencial. Sin embargo, el tiempo ha puesto las cosas en su lugar y ha quedado demostrado que la actual administración pública de la capital no está bien administrada, ni es tan pública. Las personas que han fallecido a consecuencia de las fallas del METRO, las seis alcaldías que perdió MORENA en la más reciente elección y la desesperada estrategia propagandística a nivel nacional dicen lo que Sheinbaum quisiera que callaran. No en vano, en la canción a la que me referí al inicio de esta entrega Antonio Aguilar también sentencia: “Si hoy te diviertes tronando cohetes, mañana vas a cachar las varas”.
Para quienes nos gusta competir el piso parejo es una condición obligada y no una exigencia casi rogada. López Obrador ha descalificado a la autoridad electoral desde hace muchos años, primero en las elecciones que perdió como candidato a gobernador de Tabasco, luego en las federales de 1988, 1994, 2006, 2012; más no en las de 2000 ni 2018 porque en esas se le concedió el triunfo.
El presidente ha hablado de autoridad moral, de su rechazo al dedazo y respeto a la voluntad popular. Entonces, ¿por qué ahora pretende negar a los mexicanos la posibilidad de enmendar el camino y elegir un perfil que sea más conveniente? ¿Le teme a la comparación o a la insubordinación? ¿Por qué no le apuesta a lo que tanto exigió: un piso parejo para competir y que gane el mejor?