Bailo, luego existo: Cuando el débil pierde el miedo

Cuando algo carece de nombre no existe, cuando adquiere uno todo mundo lo puede nombrar. Algo así sucede con, por ejemplo, la violencia de género, problema social que por mucho tiempo fue catalogado como cotidiano, “normal”, con frases como “todas las parejas discuten”. 

El día que se le puso un nombre fue que las mujeres, o personas afectadas, se dieron cuenta de que la violencia en la que vivían no era algo sano y que significaba una forma de abuso. Otro ejemplo es el acoso escolar o sexual, encubierto por la ausencia de nombre hacia los agresores, realidad que facilitaba el abuso y traslada la culpa hacia las víctimas. 

Donde el poder se ejerce con alevosía, hablemos de un hogar, el patio del recreo o incluso una sacristía; en todos los casos la fórmula es la misma.Las normas culturales que rodean a la violencia, el género y las relaciones sexuales no sólo se manifiestan en el ámbito individual, sino también en la familia, la comunidad y el más amplio contexto social, incluidos los medios de comunicación. 

En específico, la dominación histórica de los maridos sobre sus esposas, incluido el uso de la violencia ha sido sancionada por creencias culturales. Las normas y los valores relacionados con los géneros que sitúan a la mujer en una posición subordinada con respecto al hombre mantienen y refuerzan la violencia contra la mujer. Esto sucede en todas las clases sociales, religiones y niveles educativos. 

Lo preocupante es que aunque hemos logrado identificar un patrón, la sociedad tiende a dudar de la palabra de la víctima ante un agresor considerado superior, ya sea en todo caso el marido, jefe o matón en turno. Bien dicen que el miedo es el instrumento de los poderosos, a nadie con el poder en sus manos le gustan las revoluciones, menos aquellas en las que el miedo ya no tiene lugar. 

 

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