Rodrigo Pozas, el narco que traficaba efedrina entre China, México y Argentina

– ¿Por qué traficaron efedrina a México y Guatemala?

– Mira, vamos a poner un parámetro, si tú lo que estás buscando es una confesión, no la vas a tener. Yo prefiero no decirte nada a decirte una mentira. Entiéndelo.

Un narco nunca dice para quién trabaja. Quién es su jefe. Ninguno quiere quemarse con fuego. De solo pensarlo, tampoco tendría pruebas para sostenerlo. Menos si no obtiene algo a cambio. Rodrigo Pozas Iturbe lo sabe: siempre guardó silencio ante la Justicia. Pero, tras doce años, está cansado: “Ya está, ya pagué, no tengo nada que perder”, cede en entrevista con MILENIO al aceptar hablar por teléfono desde la cárcel de Ezeiza, un complejo de máxima seguridad en la provincia de Buenos Aires, al que ya no entran periodistas ni familiares por el riesgo de infección de covid-19.

Pozas Iturbe, de Ciudad de México, cayó preso por primera vez en 2008 en Buenos Aires. Al principio lo acusaron de ser uno de los cerebros de la “ruta de la efedrina” entre China, Argentina y México. Pero al juicio llegó como un confabulador. Terminó absuelto. Su historia no terminó esa vez: en 2016 fue detenido nuevamente por enviar en avión a mulas (pasadores de droga) con cocaína en sus zapatos.

Por ese delito sí lo condenaron a seis años de prisión. Los investigadores argentinos lo apodaron Breaking Bad por las cosas que decía por teléfono. “Todas mentiras”, revira.

Su situación terminó por complicarse del todo el año pasado: en noviembre consiguió la libertad condicional por el caso de las mulas, pero una jueza ordenó que siguiera preso de manera preventiva mientras lo investigaba por traficar efedrina.

La magistrada, la segunda del caso, sí tenía pruebas para apuntarlo como cerebro del negocio. De inmediato, Pozas Iturbe planteó un principio general del Derecho, non bis in idem, que establece que una persona no puede ser juzgada dos veces por el mismo hecho.

La Justicia todavía no se expidió. Por eso el acusado aceptó hablar con MILENIO. La periodista Cecilia González lo entrevistó hace casi diez años para su libro Narcosur, pero, como había sido absuelto, calló más de lo que contó. Ahora, Pozas Iturbe habla de todo. Cumple con la regla sagrada de no revelar para quién trabajó, pero sí da pistas sobre cómo se armó el negocio que solo terminó en 2008 cuando cuatro sicarios argentinos, tal vez por orden de un cártel mexicano, mataron a tres empresarios argentinos, Forza, Ferrón y Bina, que vendían efedrina.

La efedrina fue un negocio para todos y la Argentina, como dice el acusado, “la tierra prometida”: en Buenos Aires anduvieron Juan Jesús Martínez Espinoza, el otro gran operador mexicano en ese contrabando; María Alejandra López Madrid, una reina de belleza de Sinaloa atrapada con 10 kilos de efedrina en el aeropuerto internacional de Ezeiza; y, según le confió un hombre de la Secretaría de Inteligencia argentina (SIDE) a MILENIO, también Dámaso López Serrano, Mini Lic, hijo de Dámaso Licenciado López y ahijado de El Chapo Guzmán.

Los traficantes de efedrina siguieron los pasos en la Argentina de uno de los grandes capos de toda la historia: Amado Carrillo Fuentes. El Señor de los Cielos se ocultó en los años noventa cuando México y Estados Unidos ofrecieron una recompensa para atraparlo. En Buenos Aires, el narco lavó 21 millones de dólares. Cuando se dieron cuenta, Amado ya había muerto. Ninguno de sus cómplices fue a la cárcel por ayudarlo a blanquear capitales. Sus sucesores, entonces, no dudaron en operar desde el país más austral del continente. Uno de ellos fue Pozas Iturbe.

– Yo le dije al secretario del juzgado: ‘Ustedes, en vez de hacerme esto del non bis in idem, yo soy un perfecto testigo, porque yo ya pasé, ya me juzgaron.

– ¿Pensaste en declarar como arrepentido?

– No, de ninguna manera.

– ¿Por qué te instalaste en Buenos Aires?

– Yo vine de vacaciones en octubre de 2006, regresé a México a ordenar los papeles de la empresa que tenía y volví a la Argentina en marzo de 2007. Pero al poco tiempo te detuvieron por la “ruta de la efedrina”.

A Bina lo conocí en la noche porteña. Él hacía públicas en boliches. Cruzamos radios y listo. Tiempo después, mucho tiempo después, me llamó para ofrecerme negocios. Me enteré que Leo se llamaba Leopoldo después de que lo mataron.

La amistad entre Pozas Iturbe y Bina creció demasiado en tan poco tiempo. MILENIO pudo reconstruir que Rodrigo formó parte de Frecuencia 122.1, una empresa broker de la aviación: no operaba vuelos privados, pero brindaba servicios de logística, como documentación, combustible y catering. Algo pasó a mitad de 2006 que lo hizo alejarse. Algo lo llevó en marzo de 2007 a la Argentina. Algo o alguien hizo que, como demostró el entrecruzamiento de llamadas telefónicas, comenzara a hablar en junio de 2007 con Leopoldo y otros traficantes de efedrina.

La jueza María Servini lo llevó a juicio por contrabandear 1436 kilos de efedrina como si fuera suplemento dietario desde Buenos Aires junto al asesinado Bina, los amigos Cristian Heredia y Carlos San Luis, el expolicía Ricardo Sladkowski y el aduanero Carlos Alberto Di Vita. Fueron 166 encomiendas entre septiembre de 2007 y julio de 2008, las primeras a México, pero luego a Guatemala. Los investigadores consideraron que en todos los envíos había efedrina porque el 30 de julio de 2008 les frenaron una entrega de 64 kilos a un contacto en Guatemala.

– ¿Por qué Guatemala?

– En la Argentina hubo una gran laguna: lo que no estaba prohibido, estaba permitido. Lo que sí era delito era exportar algo, pero decir que era otra cosa. La efedrina era contrabando simple.

– ¿Ustedes desviaron efedrina a cárteles de droga?

– Nunca lo probaron. Acá hay una imputación de 1436 kilos de efedrina, divididos en tantas encomiendas, pero ¿cómo saben que adentro no había mierda? No pueden acusar sin pruebas. Dicen que yo soy parte de eso por cruzar una llamada, pero tampoco saben el contenido de la conversación. La Justicia edita los cruces telefónicos para hacer una causa a medida. No se puede detener a tantas personas con meras conjeturas porque estaríamos a merced de Torquemada (N del R: se refiere al inquisidor general de España del siglo XV).

– ¿Quién ordenó el triple crimen de Forza, Ferrón y Bina?

– Esa es la pregunta de los 20 millones de dólares. Cualquier cosa que diga sería mera conjetura. Cualquier persona con dos dedos de frente no lo habría hecho. Eso fue matar el negocio, matar a la gallina de los huevos de oro, afectar el negocio de la efedrina, que, repito, era legal. Forza andaba en otros negocios turbios. Quién sabe a quien más le tocó los huevos. Ferrón, por lo que entiendo, era antiguo socio de Forza, venía haciendo negocios desde mucho tiempo antes. Bina no tenía ni siquiera motivos para estar ahí. Debes pensarlo de manera global.

– ¿Ese negocio era del cártel de Sinaloa o era generalizado?

– A veces es hasta cómodo decirlo, pero qué tal que no fuera Sinaloa. En la causa dicen que esta gente mandaba estas cosas a Monterrey, Nueva León, pero el cártel de Sinaloa no tenía presencia ni un poquito. Tú sabes cómo estaban divididos los territorios.

– Monterrey era territorio del cártel del Golfo.

– ¿Qué tiene que ver, entonces, Sinaloa? Muchos cárteles operaban aquí. La Argentina fue la tierra prometida. Por eso nadie iba a suicidar el negocio con ese triple crimen. Fijense, ponganse las pilas un poco, vean de dónde venían las personas detenidas. Así determinarán sus territorios.

-¿Trabajaste con Juan Jesús Martínez Espinoza?

– Lo conocí en la cárcel. ¿Recuerdas que lo relacionaban con el cártel de Sinaloa? Error. Él era de Michoacán. En ese estado estaban los Caballeros Templarios, la Familia Michoacana, muchos.

Los investigadores argentinos determinaron la presencia de cuatro células que traficaron efedrina hacia el norte del continente hasta 2008. Una era la de Pozas Iturbe, hacia México y Guatemala. La de la familia Escosteguy, a Monterrey, Nueva León. La de Mario Segovia, alias “Rey de la Efedrina”, a Guadalajara, Jalisco; Monterrey, Nueva León; y Ciudad de México. Y la de Martínez Espinoza, hacia León, Guanajuato.

La Familia Michoacana reinaba en 2008 en “plazas” de Michoacán, Guanajuato y Jalisco. De hecho controlaba el puerto de Lázaro Cárdenas. Allí, la Procuraduría General de la República (ahora FGR) decomisó entre diciembre de 206 y marzo de 2007 casi 19,5 toneladas de pseudoefedrina, arrestó al hombre detrás de ese cargamento, el empresario chino Zhenli Ye Gon, y secuestró 205 millones de dólares en efectivo en su casa.

El hallazgo de tantos kilos de precursores químicos en uno de los puertos más importantes del país hizo que el expresidente Felipe Calderón sumara la prohibición de importar efedrina a su declaración de guerra al narco. Los cárteles respondieron de inmediato con la triangulación del contrabando de la sustancia desde diferentes ciudades de la Argentina. Para la misma época, Pozas Iturbe, con 34 años, aterrizaba en Buenos Aires para, según él, empezar de cero luego del problema que lo hizo alejarse de su empresa y de un trago amargo en el plano sentimental.

Entre todos las células de argentinos y mexicanos descubiertas hasta ahora traficaron 50 toneladas de efedrina dejando millones de dólares de ganancias para todos. El triple crimen de Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina cortó para siempre el negocio. La Argentina se sumó a los países que prohibieron o controlaron al máximo su comercialización. Tras doce años, la Justicia no sabe quién dio la orden para ejecutar el triple crimen. Tal vez solo Pozas Iturbe y otros jugadores del negocio lo sepan.

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