Por Francisco Ruiz
Tijuana, B. C., (SBC).- Nada es verdad, nada es mentira; todo depende del cristal con el cual se mira. Pero, ¿qué sucede cuando el cristal es opaco? Decidí hacer un ejercicio para averiguarlo, en mis dos más recientes publicaciones describí dos perfiles presidenciables con bastante contraste. El ejercicio fue favorable pues los lectores tuvieron la iniciativa de ponerles nombre y apellido.
Quienes leyeron “con el estómago” me reclamaron por “atacar” al candidato mesiánico, obstinado y retrógrado. Además, aseguraron que subsecuentemente vanagloriaba al otro competidor por calificarlo como profesional, con méritos y moderno. Con especial atención, escuché o leí sus comentarios –según fuera el caso–. Una vez que calmaron sus ansias, me limité a preguntar: “¿podría señalarme el nombre del candidato en dicho escrito?”. ¡Sorpresa fue la que se llevaron al percatarse que no había ningún nombre!
Fue el subconsciente del lector, quien identificó como “despótico” a uno, mientras coincidía que el otro tiene mejor percha. Reitero, lo más “curioso” es que los propios simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador –ahora si lo escribo con todas sus letras–, lo identifican plenamente con los defectos que el grosso le atribuye; señalamientos de los cuales, por cierto, lo defienden enardecidamente. Así son las ironías de la vida y los vidrios empañados.
En el señor López –así lo llamó Luis Mandoki–, reconozco a un líder social que ha permanecido años al pie de lucha, entre la gente. Una estrategia que, en una época en la cual prevalece la decepción y desconfianza, resulta atractiva y efectiva. Andrés ha adoptado una actitud de redentor, escucha los pecados y los absuelve pero no resuelve o ¿sabe cómo atender sus demandas? ¿Cómo resolver los problemas nacionales? ¿Sus propuestas son viables? Para explicarme mejor, me permito utilizar la siguiente alegoría: cuando estamos enfermos, ¿consultamos a un médico profesional o a un boticario amateur?
Aunque también es cierto que más allá de la formación y de la experiencia, se debe contar con el talento para dirigir. Ya lo dijo un ex presidente argentino “…conducir es distinto a mandar. Mandar es obligar. Conducir es persuadir…”. La conducción política es un arte. Para conducir debes escuchar, ¿cómo puede escuchar alguien obstinado e intolerante?
Utilicemos otra metáfora. Imaginemos que somos estudiantes de nivel básico y debemos elegir al jefe de grupo, tenemos dos opciones: el alumno aplicado y con buenas notas, y el popular pero último de la clase. ¿A quién elegirían?
Tal vez en un aula lo ideal sería elegir al segundo y así echar relajo, pero en la vida real es preferible elegir a quien que te ofrece mejores soluciones con menores riesgos. Costo-oportunidad, dirían los economistas.
El mismo argentino dijo “No se debe ser fuerte en todas partes para vencer políticamente, es suficiente ser más fuerte en el momento y en el lugar donde se produce la decisión”. Por lo pronto, yo ya tengo listas mis palomitas para el próximo domingo.
Post Scriptum.- A propósito del debate presidencial, “¿Actuamos como caballeros o como lo que somos?”: Mario Moreno, Cantinflas.
* El autor es maestrando en Comunicación Estratégica para Gobiernos e Instituciones. Contacto: @fcoruhe oteroymestas@gmail.com.