El escepticismo que rodea al candidato del partido revolucionario institucional es evidente, aunque su vocera Vanessa Rubio se empeñe en publicar la imagen de una encuesta que coloca a su jefe en segundo lugar junto al tuit: “Encuesta de Parámetro de hoy. Arrancar la intercampaña así de competitivos, cuando AMLO lleva 18 años de campaña, Anaya 3 años y nosotros 70 días. Esto apenas comienza señoras y señores. En sus marcas…” pero del optimismo de Vanessa a la realidad de la contienda el comentario más repetido es crudo: “el candidato no despega”. Aunque los verdaderos priistas, esos a los que les duelen las derrotas del partido de sus amores, se aferren a frases como: “si lo hicimos en Edomex lo podemos hacer en la nacional; aún estamos a tiempo; nadie contará con la estructura del partido más que nuestro candidato”, entre otras, suenan más a necedad.
Los entiendo, es inconcebible pensar que estarán lejos del poder y siempre es difícil reconocer la realidad cuando esta no muestra su mejor versión. Entiendo que Aurelio se atreva a decir que su candidato está empatado con el puntero y entiendo que la decadencia de la marca PRI es una verdad que cuesta asimilar. Pero no deberían preocuparse por asimilar la posición de las siglas, ese nunca ha sido problema para el partido revolucionario institucional (PRI); la realidad que deben asumir lo más pronto posible es una de la que todos creeríamos que están conscientes: su candidato no es priista.
No es Humberto Moreira bailando en cuanta plataforma se parara, no es el tío Fidel repartiendo cachitos de lotería en el puerto, no es Javier Duarte encendiendo el estadio de los tiburones al cierre de su campaña, no es Borge bailando a lado del entonces próximo presidente Peña y mucho menos es Peña rompiendo el protocolo para ser apapachado por la multitud.
El actual candidato del PRI carece de oratoria, sus ademanes son débiles; nada que ver con los de Zedillo o con el gesto serio de Salinas, ni hablemos de Colosio y su discurso en el monumento a la Revolución. Nunca hubiera pensado en un priísta utilizando groserías como recurso de oratoria y mucho menos titubear al afirmar: “quiero un México chingón”. El candidato del PRI intenta jugar con una piel que no es la suya y peor aún, no le asienta.
No se puede concebir una elección sin un candidato priista, no cuando una idea del cómo hacer campañas está tan arraigada en el colectivo nacional. Entonces, ¿quién va a ser el candidato priista de esta elección? ¿Quién va a defender lo indefendible con desfachatez y cinismo disfrazado de una buena oratoria? ¿Quién se va a poner las botas para recorrer las calles inundadas y salir empapado en la foto? La respuesta: Andrés Manuel, el candidato que disfruta el apapacho de la multitud, el de la oratoria agresiva y ademanes firmes, el que defiende a líderes sindicales y otros aliados incómodos, el que come con el pueblo, el único candidato formado en el PRI, el candidato priista.