La vileza de desprestigiar a nuestros soldados

Nuestros soldados poseen cualidades de las que millones de otros mexicanos carecen: sentido del deber, disciplina, disposición al sacrificio, orden y entrega, entre tantas de esas que la formación castrense va forjando en la personalidad de quienes siguen la carrera de las armas. En las Fuerzas Armadas de esta nación sirven también mujeres que pilotan aviones de caza, que se han entrenado en las artes del combate o que han adquirido cualificaciones para brindar atención médica a los más desfavorecidos de nuestros compatriotas. Yo las admiro, como también respeto profundamente a esos muchachos que viajan a todos los puntos del territorio para enfrentar al gran enemigo de México, a saber, los canallas asesinos que masacran a poblaciones enteras, que se ensañan con los emigrantes —los más desheredados de los desheredados—, que mutilan a las víctimas que secuestran, que decapitan, que torturan, que desmiembran a sus rivales, que extorsionan y que aterrorizan a los ciudadanos de bien.

Los marinos de la Armada, ¿no están combatiendo a todos esos malnacidos? ¿No los enfrentan en escaramuzas y refriegas, un día sí y el otro también? ¿No merecerían, luego entonces, todo nuestro reconocimiento? Y si, en la contienda, el parte de bajas parece muy desigual, ¿no es, justamente, porque quienes combaten en el bando del Estado son más valerosos, aparte de estar sideralmente mejor entrenados que los matones a sueldo? Y, después de todo, ¿no han expresado, los propios militares, que estas tareas de seguridad pública no les competen verdaderamente —para eso están los cuerpos policiacos en cualquier país, señoras y señores, pero ya ven ustedes como las gastamos en estos pagos— y no han avisado de que desean retornar cuanto antes a sus cuarteles? Además, ¿no son ellos, los soldados, los primerísimos en acudir a ayudar a las poblaciones afectadas por desastres naturales, los que reparten víveres, los que erigen consultorios de campaña y aplican vacunas?

El pueblo mexicano quiere y valora a un Ejército constituido, pues sí, por gente del pueblo. Pero, se escuchan también las voces de esos civiles miserables que, en su condición de rentistas del desprestigio, braman “Ejército asesino”. Son los peores, si ustedes me preguntan.

revueltas@mac.com

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.

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